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sábado, 25 de diciembre de 2010

la magia se la lleva el viento

esta historia pensaba enseñártela cuando llegase el invierno. a pesar de tus réplicas y de lo mucho que te empeñaste en que la querías leer, yo no te dejé:
-tienes que leerla en navidad, sino pierde su magia. no puedes leer una historia de nochebuena en pleno mes de agosto -le decía yo.
-va enséñamelo, sabes que si no me lo enseñas ahora se te olvidará. y yo la quiero leer -insistía.
-no se me olvidará. cuando llegue navidad subiré un día y te la enseñaré, te lo juro -le contesté.
lo juré, y lo volvería a jurar. tan solo espero que ahora al que no se le haya olvidado sea a ti.



miraba por la ventana y no paraba de nevar, debía de hacer mucho frío allá afuera. toda la familia estaba reunida en aquella gran mesa; comiendo todo tipo de exquisiteces. oí que me llamaban desde la cocina, me acerqué hacía allí y contemple el gran desbarajuste que se ofrecía. mi madre se dio la vuelta y enseguida que me vio, me dijo: "corre Marina, ven y ayúdanos un poquito anda, que mira que liadas que estamos". me acerqué a mi tía Luisa que estaba en la mesa pelando cebollas, me sorprendió mucho, porque justamente el día de Nochebuena, un día tan especial, para estar en familia o con amigos y estar haciendo una gran fiesta por todo lo alto en las casas, y mi tía llorando. le pregunté que le sucedía, por que lloraba. inmediatamente ella se puso a reír, no entendí por que, y pregunté que es lo que pasaba. y me contó que no estaba llorando porque quería, era porque estaba pelando cebollas, entonces lo entendí todo y a mi también me causo bastante gracia. de repente apareció mi padre, comentando que acababan de llamar unos niños a la puerta, pero no eran unos niños cualquiera, eran niños que tenían frío y mucha hambre, no entendí por que no estaban con sus familias, ya que era Nochebuena, la fiesta que todos celebran con familia o amigos. entonces creí que mi padre les había dejado entrar a pasar la noche con nosotros, porque ciertamente yo opinaba que nadie en el mundo debe de pasar frío y mucho menos hambre ¡y menos en tal señalado día!
me sorprendí muchísimo cuando dijo que no los había dejado pasar. tenía muchas dudas en la cabeza, lo cierto es que no entendía nada de lo que estaba sucediendo. pero de todas formas, una gran duda entre el resto me asaltaba en la cabeza ¿por qué? ¿por qué no les había dejado pasar? los niños tenían derecho a vivir la Navidad como todo el resto de personas en el mundo, ¿o no? salí corriendo de la cocina y me dirigí hacía la puerta de entrada, la abrí fuertemente y un viento frío y seco atravesó el umbral hasta caer encima mío, cerré los ojos y salí al primer escalón, la nieve se colaba por mis calcetines y hacía muchísimo frío, razón aún de más para dejarles entrar. les busqué por todas partes y no los encontré. exceptuando en una pequeña caja de cartón por donde afortunadamente salían unos pies con unos zapatos negros y desgastados, fui corriendo hacía allí y destapé cuidadosamente la pequeña tapa que les cubría de tal intemperie. vi una niña muy pequeña, de pelo color zanahoria, y un niño con un gorro de lana y el pelo rubio como unos preciosos filamentos de oro. sus ojos no mostraban la misma felicidad que la del resto de niños de mi escuela, mostraban tristeza y soledad, mucha soledad. les dije que me acompañaran, que en mi casa cabían dos personas más y a fin de cuentas, siempre acaba sobrando muchísima comida en este día, opinaba que una persona que todos los días come bien y normal, no solo por el mero hecho de que sea Nochebuena su panza se va a agrandar más para que quepan más cosas. anduvimos sin decir ni una sola palabra, solamente cuando llegamos al recibidor de mi casa y yo cerrara la puerta, me volví para conducirles al comedor y el niño se quedo quieto observándome, solo me pronunció una simple palabra, simple pero preciosa:
-gracias.
fue esa noche, cuando me di cuenta que para muchos niños en el mundo no existe la felicidad y mucho menos la navidad.

Myriam S.