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viernes, 12 de noviembre de 2010

Galletitas de Chocolate (II parte)

 Michael vivía en las profundidades de la tierra, junto a un tipo de seres llamados gnomos. no era usual que los brujos vivieran debajo la superficie, sino afuera, junto al resto del mundo. pero este chico era una excepción.
dentro de la tierra la vida era muy distinta a como la pintaban arriba: las paredes estaban formadas de rocas y tierra, al igual que el techo y el suelo. el calor que les calentaba acudía del fondo de la tierra, e incluso en ocasiones este calor no les era suficiente debido a las transpiraciones del agua que a veces se daban. de todas formas, la vida allí solía ser muy calurosa, pero confortable, todo hay que decirlo.
 Michael formaba parte de los tres grupos de familias que habitaban en aquél lugar. la suya era una muy numerosa, tenía seis hermanas y cuatro hermanos, evidentemente una madre, ¿y quién sabe cuantos padres? el caso es que vivía con mucha gente, pero aún así, todos y cada uno de ellos se querían muchísimo. vivía en una casa pequeña, hecha de piedra gris. en ella se dividían once camas y literas, una habitación para la madre, un amplio comedor con a su vez una mesa gigantesca, donde unas pequeñas sillas perfectamente a conjuntadas la acompañaban, y finalizaba el recorrido un trono grande donde la madre de ellos posaba su pesado cuerpo.
después una amplia chimenea habitaba en el salón, que la verdad, no funcionaba de mucho, ya que allí no hacía nunca frío. pero la madre de Michael insistía en que tenían que tenerla:
         -una casa sin chimenea, es como un cuarto de baño sin agua. –decía.
y puesto el encabezonamiento continuo de la madre, nadie se atrevía a replicar su dicha.
la madre de Michael era bajita, delgada, y morena. unas pequeñas canas decoraban su delicada cabellera donde la recogía cuan largo era en una trenza imposible. tenía los ojos verdes decorados con un ligero tono marrón, los cuales inspiraban confianza y tranquilidad. esa tranquilidad que siempre les transmitía a sus hijos. su cara era alargada y fina, y blanca, muy blanca.
si había algo que realmente caracterizaba a Rachel, era el sentido del humor. siempre intentaba verle a todo el sentido humorístico (exceptuando las ocasiones que no lo había y tenia que ponerse seria), siempre conseguía hacerte reír y sacarte una pequeña sonrisa, aunque eso sí, ella nunca reía sus chistes. si alguna vez lo hacía, era porque lo pensaba dos veces después de decirlo y entonces aportaba alguna historia o alguna leyenda.

 Michael tenia diez años, sus ojos eran de color verde, como los de  su madre. tenía unos ojos muy muy grandes, y muy bonitos. unas pestañas largas le daban una cierta mirada cautivadora, y ese brillo fugaz que relucía en sus pupilas podía llevar a cualquiera hasta la luna. no era muy alto, todavía estaba creciendo. tampoco estaba gordo, aún estaba desarrollando.
era un niño reservado, no solía acercarse a nadie. pero al igual que mantenía las distancias, observaba el mundo con unos ojos de curiosidad, con detenimiento. era un niño que se tomaba los sentimientos muy a pecho: sufría, sentía, vivía y volvía a sentir. Michael luchaba por lo que era suyo, o por lo que creía que era de su propiedad, y siempre defendía fervientemente sus ideas.
respecto a la magia, le fascinaba en todos los aspectos, albergaba la esperanza de que gracias a ella pudiera cambiar el mundo. confiaba en que algún día la gente se diera cuenta de lo que eran capaces de hacer y todos al fin podrían convivir en paz y armonía.
para Michael, ese era su verdadero sueño. bueno, eso y salir por primera vez a la superficie. si había algo de lo que tenia muchas ganas era de salir al exterior y conocer el mundo que le rodeaba. pero claro, su madre se lo impedía. no se lo permitía por razones que contaré más adelante.

 Michael iba caminando por el asfalto un día que volvía del colegio. allá abajo no existían los caminos, y pronto se les ocurrió la genial idea de llamarlo así, ya que tampoco podrían llamarse senderos o rutas, en definitiva, cualquier nombre que utilizaran en la superficie, no les era útil para utilizarlo allá abajo.
volvía del colegio, después de una agotadora mañana de experimentos con ratas de laboratorio por intentar convertirlas en elefantes, o de intentar pronunciar una y otra vez una palabra correcta en latín, al fin llegaba a casa. en el colegio no eran muchos niños, ya que eran pocas familias las que habían, pero los padres de éstos insistieron en que sus hijos merecían una educación y los gnomos no tuvieron inconveniente en prestar sus conocimientos.

Michael cantaba una canción que había escuchado a su madre recitar en algunas ocasiones, en las noches de ruido donde sus hermanos sentían miedo y necesitaban el cariño materno, Rachel les deleitaba con su agradable voz, mostrándoles una bonita melodía que hacía que se calmasen. aunque a Michael le daba igual, él la cantaba de vez en cuando, y no le inspiraba ni nerviosismo, ni tranquilidad. tan solo le entretenía.
mientras unos camiones de manzanas pasaban por la calle, Michael hizo amago de su gran habilidad, y rápidamente, pasó corriendo por detrás del camión y cogió una manzana. siguió trotando hasta pasar al otro lado del asfalto y se percató de si alguien le había visto, pero nadie se había dado cuenta de su presencia. alzó los hombros como dándose un premio porque nadie le había sorprendido, y continuó su camino.

 cuando estaba a tan solo dos manzanas de su casa, notó que un pequeño hoyo que había cerca se movía sospechosamente raro. no supo si ir a ver que era, o continuar el camino e ignorar ese extraño hecho. aún no le dio tiempo a tomar ninguna decisión, y rápidamente emergió de dentro del agujero un horroroso ser. era un animal que no llegaba al medio metro, además era totalmente negro. aunque lo que más le llamó la atención a Michael, era ver que parecía esponjoso: tenía gran cantidad de piel y además le tapaba prácticamente la cara, tan solo dejaba al descubierto unos pequeños ojos, también negros. Michael se sorprendió mucho por descubrir semejante bicho y al instante la expresión de su cara cambió. el ser salió del agujero diciendo:
         -¡será posible! con el cariño, respeto y amor que siento yo por vosotros, ¡y que a estas alturas me sigáis tratando así! no hay derecho, ¡sois unos desagradecidos! ¡¿me oís?! ¡unos desagradecidos digo! –mencionó mientras se espolvoreaba los pequeños restos de tierra que quedaban sobre su pelaje.
cuando todavía no había acabado la frase última se giró y lentamente, levantó la vista y vio a un niño con la cara descompuesta, que no sabía si reír o llorar.
         -bueno, ¿y tú que estás mirando? ¿tengo pulgas en la cara o que? –dijo el animal muy desagradecido.
Michael pensó que ese ser era menor que él, evidentemente él tenía mas fuerza. lo cual le hacía pensar que si entablaba un duelo, tenía todas las de ganar. se encontraba en un dilema. ¿qué hacer? ¿sería correcto empezar a luchar con él?
¿qué más da? ese bicho le estaba tocando las narices y Michael no solía tener mucha paciencia.
         -te lo advierto amigo, como vuelvas a faltarme el respeto me abalanzo encima tuya, y lo que tenga que pasar, pasará –dijo Michael informándole.
         -¿perdona? de primeras no soy tu amigo. en el hipotético caso, llegaría a ser tu amiga. en segundo lugar y para tu imprescindible información, soy una oveja. y por último, ¿me ves a mi con pinta de querer empezar a repartir patadas? –dijo la oveja muy astuta.
Michael se quedó unos segundos cavilando, y se dio cuenta de que había perdido, al fin y al cabo, no habían combatido con la fuerza, sino con las palabras.
todavía incrédulo, le volvió a preguntar:
         -¿qué eres qué? –al parecer, Michael no había escuchado nunca esa palabra.
        -soy una oveja. o-ve-ja. ovis en latín. oveja en castellano ¿cómo quieres que te lo diga? no pensaba que fueras tan analfabeto. –dijo la oveja cruzando los brazos y alzando su cabeza con aires de superioridad.
entonces Michael le miró incrédulo por todo lo que estaba escuchando, y muy enfadado comenzó a decirle:
         -oye mira te voy a explicar una cosa: me da igual como te llames o te dejes de llamar, me da igual lo que seas o lo que dejes de ser. pero no me faltes el respeto porque yo a ti no te he hablado de malas maneras –explotó Michael. 

 la oveja, que nunca le habían hablado así, se quedó durante unos segundos pensando, mirando a ese muchacho que no hacía sino parecerle un horrible tipo, y no paraba de darle vueltas de si sería capaz de llegar o no a la violencia.
por el contrario, el muchacho al principio se sentía un poco sorprendido, pero llegados a tal punto, lo que estaba era harto, ese bicho le estaba faltando el respeto y él no estaba acostumbrado a que le trataran así, él también estaba volviéndose a replantear si iba a ser necesario recurrir a la fuerza. aunque en el caso de la oveja, a las patas.

Myriam S.

2 comentarios:

  1. me gusta me gusta... estoy pensando en mudarme bajo el suelo y todo... xd

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  2. sigue así, y me quitarás de la pobreza maniii :)
    te quiero muchisimo (L)

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